Crítica literaria

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Crítica  literaria: La Ciudad Dormida en el Limbo

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Por: Francisco Arévalo

Mi amigo Manuel Trujillo  Romero,  filólogo  y    amante    del   fútbol   hasta  el  frenesí, en  la  contraportada    de   la     novela     La ciudad   dormida  en  el    limbo,   del    escritor  y  poeta    Gilberto   Bruzual   Báez, hace    énfasis  en     el     deterioro   subliminal     de    lo   ético    que,   actualmente,   acogota

 y arrincona a la civilización.     

       Esta nota que da luces o sirve de bitácora nos revela la esencia de este trabajo de Bruzual Báez, y me remonta a mis lecturas recién salido de la adolescencia de Honoré de Balzac y su Comedia Humana, la cual estaba contaminada por las pasiones más disímiles que llegaban de manera contundente al público lector de aquel siglo XIX. Hablamos de las pocas virtudes y de las muchas vilezas que nos caracterizan a los humanos.

        Cuando me enteré de la novela sentí alegría, porque me dijeron que hablaba de la ciudad, yo asocié la nuestra, después leyéndola caí en cuenta que era Caracas; creo, que la ciudad a la que más le han escrito en el mundo y la que yo siento cálida en fines de semana teatrales o encuentro literarios con la familia elegida como decía Isaac Chocrón, porque la de trámites y asuntos burocráticos            es enloquecedora,        asfixiante, tortuosa.     

      La ciudad como tema o pretexto para describir la falta de convivencia, la ciudad como martirio que inventa el autor; y es por eso que tenemos que hablar de una novela porque a partir de una realidad construye un estado fantasioso que nos distrae y mantiene en espera de ese purgatorio espeluznante que sólo aparece en los malos sueños, en las pesadillas, y sirve de escenario para una ludópata que ni vive ni deja vivir, pierde todo vestigio de dignidad en un antro de esos llamados casinos, y hasta practica la brujería para mantener amarrado al macho quien bajo los efectos del maleficio nunca pudo consagrar ninguna infidelidad.

    El protagonista Juan de Dios Guevara Linaza, víctima de la idiotez que siempre está detrás de los accidentes que ocasionan las nuevas tecnologías, llega a los pabellones de una clínica donde descubre esa medicina sórdida que se alimenta de dinero y de sus protagonistas más miserables, esquilmando a cuanto tonto y no tan tonto se les atraviesa porque, a fin de cuentas, la vida es una mercancía como cualquier otra que se expone en los mostradores de un mall de última generación donde la gente camina en automático al estilo de Un mundo feliz del escritor británico Aldous Huxley. Por cierto, Juan de Dios, como todo caído de la mata, termina sus días bajo los rieles del metro de nuestra capital hecho papilla, podríamos decir que el amigo Bruzual mantuvo ese sentido trágico de la vida, que se apodera de ciertos mortales hasta que acaba con su existencia, podríamos hablar de la mala leche de Juan de Dios  

      Esta trama es una catarsis, algo de que agarrarse para no caer en el lugar común de que los que cuestionan y mantienen ciertos principios están equivocados ante el vendaval autodestructivo  que  nos  mantiene  en  vilo, y  tiene   esto  que   ver  con  lo que  no se debe hacer y lo que se debe recuperar para             mantener la especie humana.   

      Es la sociedad de los más vivos y entrecomillados competitivos, los que nos hacen cada día más deshumanos, más del estercolero; donde sólo se busca cierta comodidad que relumbra pero no resuelve los problemas esenciales del ser, estamos hablando de la cosificación del individuo y de su estupidización a niveles escalofriantes.      

      Como lector tendría algunas observaciones que van por la vía de la construcción del discurso y la estética, pero como ser social me conmocionó, porque existen en este país personajes vividos que se atreven a construir a partir del día a día algo que pareciera mentira, pero que es una verdad lacerante que nos agobia, nos estrangula los escrúpulos, nos ahoga las alegrías y nos genera para bien cierto optimismo para seguir el camino. Ese ser vivido es el amigo Gilberto Bruzual Báez con su novela La ciudad dormida en el limbo.

 

                                        Francisco Arévalo

 

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